A veces veces malgasto mi presente paralizándome por lo me ocurrió en el pasado. Me castigo innecesariamente. Necesito pasar página y prescindir de esas actitudes que paralizan. Intento experimentar del presente y no aferrarme indefinidamente a lo que me causa dolor; quiero que se disipe. Basta de condenarme eternamente. Quiero conducirme hacia una entrega aún más decidida. Puedo esperar que el dolor se vaya.
Este espacio es como un medio de terapia. Es fantástica la idea de estar siempre conectado con lo que le está pasando a uno. Miro qué me pasa a mí y hablo de ello. Una hipotética forma de estar cerca de personas que se buscan, personas que se han ido cerrando en busca de apertura. Punzar y esperar. Con paciencia. Nada es absoluto. Y en el proceso, llegan compentarios ávidos de saber, de contrastar, a veces con resentimiento. Una posible acción es decir lo que tengo miedo de decir, a mostrar mi dolor. El que forma parte del proceso que ocurre a través del shock, la tristeza, la soledad, la herida, el enojo, la rabia, el remordimiento. Es algo que toma mucho tiempo. Siento el arte que brota de de quienes, partiendo de su propio proceso, crean.
Llego al dolor cuando dejo de culpar a los demás y observo mis sentimientos y reacciones. Experimento dolor al aceptar mi realidad. Y crezco cuando dejo de pelearme y acepto las cosas como son. Me duele necesitar y no obtener lo que necesito; no quiero sentir el dolor de necesitar algo y no tenerlo. Debo buscar la salida y encontrar mis verdaderas necesidades, y sólo si las encuentro podré después (quizá tarde mucho, mucho tiempo) satisfacerlas.
Cuando más me abro, más expuesto estoy a sufrir y a sentir dolor. Asumo el riesgo. Decir no al dolor implica decir no al amor. Mostrarnos en contacto importa, abrirse a lo que pasa también. Experimento placer, me reconforta.
También causa dolor tener que dejar de lado nuestras fantasías sobre lo que podría ser. Es una renuncia importante. Lo ideal con lo que soñé provoca un gran dolor. Parece algo necesario aprender que soy sólo yo quién tiene que resolver su propia vida. Estar enamorado es enredarse en un doloroso placer, el de la disolución en el otro.
Detrás de cada dolor hay un mensaje, una enseñanza, un estímulo. Descubro un error y me abro un poco más a mi verdad. Aparece mi onírica lampyris noctiluca que me alienta a descubrirla, a vivir mi realidad, a no anestesiar mi dolor, a no apagar un error con otro error más agradable. Gracias.
También he participado del dolor del cambio o de la destrucción. Siento que estamos en el camino de dejar de identificarnos con la posesión personal. La vida exige una renovación y no es posible caminar en contra de esta ley natural. Cuando no me transformo, siendo dolor. Y a este dolor se suma otro relacionado; el asociado a la falta de visión, liderazgo o administración de la vida personal. Vago por mi incomodidad y tomo medidas para aliviar ese dolor, por lo menos durante un rato. No quiero que se convierta en algo crónico, no quiero acostumbrarme. Necesito aprender a vivir con ello.
Aparece un problema con la interacción con otra persona. Se hace muy consciente un dolor agudo. Quiero que desaparezca. Tonto de mí, abordo el síntoma con un arreglo temporal: utilizo el parche de la ética de mi personalidad. Lo malo es que el dolor agudo es síntoma de mi problema crónico, más profundo. Dejaré de tratar los síntomas y empezaré a afrontar el problema, a ver si funciona. Dudo en llegar a ser para los demás quién pretendo ser. Me duele.